Cada compañía tiene un modo concreto de funcionar, unos hábitos, unos valores sobre los que construye y pivota, en definitiva, una cultura propia, que se denomina cultura corporativa. Esta cultura corporativa puede ser más o menos evidente según exista o no el empeño de la Dirección de la compañía y sus empleados en comunicarla y potenciarla.
En general, las compañías más grandes y preocupadas por la responsabilidad social corporativa tienden a institucionalizar los elementos culturales, verbalizarlos y listarlos para que todos los empleados los conozcan y los puedan potenciar; las compañías menos preocupadas por estos aspectos, sin embargo, pese a contar con una cultura de forma inevitable (en todos los ámbitos de relación humana se generan hábitos, historias y valores, ya sean éstos más o menos positivos), no la explicitan de un modo tan evidente.
Si nos encontramos en una compañía como las descritas en primer lugar, nos será relativamente fácil identificar los valores de la empresa y veremos así fácilmente si encajan con nuestro perfil: por ejemplo, nuestra adaptación será distinta si la cultura potencia el trabajo en equipo y la cordialidad o bien si se valora más la agresividad y la competitividad.
Por el contrario, si la cultura corporativa es algo menos palpable, deberemos estar atentos y hacer uso de nuestra perspicacia y capacidad de adaptación para ir aprendiendo poco a poco el modo en que funciona nuestra nueva compañía.
Aprender la cultura corporativa es necesario para adaptarnos, pero es siempre un aprendizaje gradual: a medida que nos empapamos del modo de actuar y de relacionarse propio del nuevo entorno laboral, iremos interiorizando esta cultura. Sin embargo, es importante comprender que la cultura de la compañía no es una cosa estática e inmutable: va adaptándose a los cambios tanto dentro de la empresa como en el contexto global y de mercado, y evoluciona junto a la compañía y de la mano de nuestro crecimiento profesional.
