El puzle de encajar la formación sanitaria con su ejercicio profesional
Si hay unos estudios que representan fielmente el significado de la palabra “vocacional”, esos son, sin duda, los relacionados con el mundo de la salud: medicina, enfermería, fisioterapia, odontología… Sin embargo, para llegar a ejercer estas profesiones es preciso adentrarse en un sistema educativo que en muchos casos no asegura una plena transferencia de los conocimientos teóricos a la práctica diaria. Es más, numerosos expertos hablan de la existencia de un claro desajuste entre la formación sanitaria recibida y las competencias necesarias para desempeñar las tareas propias de un puesto de esta responsabilidad, al menos al principio de la vida laboral de los profesionales.
La base que sustenta esta afirmación hay que buscarla en el proceso de la formación sanitaria propiamente dicho, el cual abarca actualmente tres etapas bien diferenciadas: licenciatura universitaria, especialización de posgrado y formación continuada de actualización profesional de carácter periódico y duración ilimitada. Todo parte de la falta de coordinación y la carencia de criterios homogéneos en el diseño de los contenidos formativos de esas etapas. Por ejemplo, el Máster en Medicina (se transformó de Grado en Máster por un Real Decreto de 2014) ha perdido en cierto sentido su condición de producto final para pasar a ser la formación que antecede a la de una especialidad, sobre todo a raíz de la normativa europea que exige cierta formación profesional de posgrado para poder ejercer como médico en el sistema público de salud.
Planes de estudio
Por otra parte, las facultades de Medicina tampoco han introducido grandes cambios en sus planes de estudios con la implantación del Máster. Esto contrasta con el rápido avance y la profunda transformación que han experimentado las profesiones sanitarias en los últimos años derivadas del rápido avance tecnológico, de los cambios organizativos en el sector y del creciente papel de la gestión público-privada.
Es cierto que, en los últimos años, los profesionales médicos se han reciclado en lo que a educación tecnológica se refiere. También han ganado enteros en cuando a capacidad para resolver problemas clínicos; para desarrollar metodologías de investigación, y para potenciar sus actitudes éticas hacia el paciente y hacia la responsabilidad del gasto médico. En lo que sí que cabría que entrenaran sus competencias es en todo lo que se refiere a habilidades de trabajo en equipo y de comunicación relacionadas no solo con sus compañeros y pacientes, sino también con internet y las redes sociales.
Afortunadamente, hace ya más de diez años que el Ministerio de Sanidad puso en marcha la Comisión para la formación continuada de las profesiones sanitarias, un organismo cuyo objetivo es armonizar el ejercicio de las funciones que las administraciones sanitarias ejercen en materia de formación continuada, así como coordinar las actuaciones que se desarrollen en dicho campo. De hecho, este organismo incorpora representantes de los colegios o asociaciones profesionales, universidades, Consejo Nacional de Especialidades en Ciencias de la Salud y sociedades científicas de ámbito estatal.
Sin duda, se trata de una entidad fundamental para los profesionales que ya están ejerciendo su función. No obstante, eso no significa que no se pueda llevar a cabo una revisión sistemática de los planes de estudio en este sector para hacerlos acordes con los nuevos perfiles profesionales y con la organización sanitaria y métodos de trabajo actuales.